ARTÍCULO: ESTRUCTURA ESPACIAL Y CAMBIO CLIMÁTICO

Para los humanos, lograr la sostenibilidad de nuestra presencia en la tierra es una emergencia a nivel mundial casi sin precedentes en la historia de la naturaleza. En tan solo un siglo, la superficie terrestre virgen ha pasado de un 80% a un 30%. El 90% de los mamíferos de gran tamaño en este planeta son domésticos y están destinados a la alimentación de los seres humanos. La desertización de los suelos cultivables se acelera por la deforestación y un tipo de agricultura intensiva insostenible que agota la capacidad de absorción de carbono en las plantas y suelos, y acelera el incremento de concentración de CO2 en la atmósfera.

En este contexto de emergencia, los fabricantes de estructuras no podemos eludir nuestra responsabilidad. La producción de acero supone un 9% de las emisiones de CO2 a la atmósfera a nivel mundial. Si se cumplen las expectativas de la Comisión Europea, en unos 30 años, al menos en Europa, el acero se extraerá del mineral empleando Hidrógeno en sustitución de la actual combustión de carbono. Cuando esto ocurra podremos hablar por fin de acero sostenible, pero no nos podemos permitir el lujo de esperar este milagro con los brazos cruzados.

La madera es una alternativa sostenible magnífica al acero en construcción, y bien empleada supone y supondrá una enorme disminución del uso de acero en construcción. Sin embargo, la madera, como material de construcción, tiene aún limitaciones tecnológicas y mecánicas no resueltas para acometer cierto tipo de estructuras.

Aquí es donde la malla espacial puede jugar un inesperado papel de aliado sostenible. Las mallas espaciales están compuestas por barras y nudos de acero que conforman celosías tridimensionales. Los elementos estructurales únicamente trabajan bajo esfuerzos axiles, y cada una de las barras está dimensionada justo para soportar el máximo de los esfuerzos axiles que se pueden derivar de las acciones exteriores. El 95% de la cantidad total de acero que compone una malla espacial tiene un factor de utilización de entre un 85% y un 99%. Esto quiere decir, que prácticamente cada kilogramo de acero empleado es necesario y suficiente para la resistencia y estabilidad estructural.



Tras centenares de comparativas, se demuestra que la malla espacial emplea alrededor de un 50% del acero que se emplearía utilizando estructura metálica convencional para una misma aplicación. La malla espacial es muchísimo más eficiente en términos de uso de acero. Es fácil de entender si pensamos en una viga metálica trabajando a flexión. Tan sólo una de las secciones de una viga a flexión determina el perfil de toda la viga, cuando la sección no es variable. Esto es, todas las secciones que no sean la más solicitada están sobredimensionadas y por tanto el acero de esas secciones está siendo infrautilizado y desperdiciado.

Durante décadas, el driver principal de decisión para elegir entre una malla espacial o una estructura metálica convencional ha sido el precio. En este sentido, si bien una malla espacial puede tener aproximadamente la mitad de peso que la estructura metálica contra la que compite, su precio por unidad de masa puede ser aproximadamente el doble por el valor tecnológico de los elementos que la componen. Así, atendiendo al criterio de precio, no siempre ha sido evidente para el comprador por cuál de las dos decantarse, y ha sido generalmente la geometría o la luz de trabajo la que ha determinado la conveniencia de emplear una solución en detrimento de la otra.

Ahora, si incluimos la reducción del impacto medioambiental como driver de decisión adicional al del precio, y resulta ser un driver de decisión real derivado de una conciencia de responsabilidad medioambiental, la malla espacial supone una ventaja evidente con respeto a la estructura metálica convencional. "A mismo precio mitad de acero".

Cuando se desarrolló la malla espacial como sistema estructural, en la primera mitad del siglo XX, la emergencia climática no era ni un rumor. El auge de la malla espacial en los años 80 y 90 tampoco atendió a criterios medioambientales sino a económicos y arquitectónicos. Ahora, en la segunda década de este nuevo milenio, la malla espacial puede aportar un granito de arena en lo que puede suponer el mayor desafío de la historia de la humanidad. Volver a entrar en sincronía con la naturaleza antes de que sea demasiado tarde.

 

 JOSU GOÑI, Director de I+D en LANIK